jueves, 10 de julio de 2008
miércoles, 9 de julio de 2008
Feroz Nadal
Con todo el respeto, era un país a donde se iba a hacer turismo barato. Los españoles estaban por detrás en todo. En deporte prácticamente inexistente. La revolución llegó cuando la ciudad de Barcelona, en el 85, ve triunfar su candidatura para los Juegos Olímpicos del año 1992. Honor a un padre del deporte español y mundial: Juan Antonio Samaranch. Durante esos siete años, en España se produce una obra maestra de eficiencia. Cada uno de sus campeones encontró, entre empresas emergentes del país, un sponsor personal. Los de Barcelona no fueron sólo unos Juegos de ensueño (entre los tres primeros de mi vida junto con los de Roma y Sydney), sino también un gran cesto de medallas para la expedición española: 13 oros (más del doble que Italia), 7 platas y 2 bronces. España desde aquel día es una gran nación deportiva: gana, organiza, es candidata a todo, liga los eventos deportivos a su gran industria turística, donde, ay de mí, nos han sobrepasado. Y por lo tanto, no maravillaros si España triunfa en el fútbol continental, está a la cabeza con Dani Pedrosa en Moto GP, ha sido finalista en el Campeonato de Europa de baloncesto, ha ganado con Alberto Contador el Giro de Italia y ha conquistado con Alejandro Valverde el primer maillot amarillo del Tour. Y no frotaros los ojos por este Rafael Nadal que rompe en el tenis el último tabú en hierba: el rito estaba listo. España nos ha sobre pasado en economía y en salud, pero en tenis barre desde el templo de Manolo Santana y de Nicola Pietrangeli, hoy felizmente abuelos.